Cuando en 2017, se le concedió la Almedra de Plata (máxima distinción del municipio) a Ramón Martel, nuestro concejal y portavoz, Juan Carlos Atta, le dedicó estas palabras en la sesión plenaria, que hoy recordamos.
Ramón Martel “Ramoncito”. El artista del cielo
Ramoncito es el artista del cielo. Pero sus obras pertenecen a un arte efímero, como todo lo que rodea al fuego. Hermoso, no exento de peligro y de riesgo, pero que dura un instante. Eso sí, instantes que se graban en nuestra retina y en nuestra memoria para toda la vida.
El origen de los fuegos artificiales hay que buscarlos en la antigua China, allá por el s.VI, cuando se utilizaba en diferentes tipos de festivales para celebrar la paz, la prosperidad y para espantar a los malos espíritus.
En nuestro pueblo, si por algo deseábamos desde niño que llegara San Miguel, era por la fiesta y los fuegos artificiales. Mucho antes, incluso, de que lo hiciera nuestro Perro Maldito. Recuerdo que de pequeño, en el asadero que cada año hacía mi tía Mensi la víspera de San Miguel, el momento cumbre, en el que todo se paraba, era cuando un volador solitario tronaba en el cielo, indicando que se levantaba el telón para dar comienzo al espectáculo. Si otros artistas utilizan las tablas de los teatros o los platós de televisión para ofrecer sus obras, Ramoncito lo hacía en nuestros cielos, bajo la atenta mirada de niños, jóvenes y adultos, de Valsequillo, Telde, Agüimes, Tejeda, Las Palmas, Alicante, Barcelona o Cienfuegos, en la mismísima Cuba. Siempre paseando orgulloso el nombre de Valsequillo, como si de nuestro mejor embajador se tratase.
Ramoncito, el artista de la pólvora, el color y la creación, conseguía que el silencio del público ante su obra sólo lo rompiera el compás de las explosiones armoniosas con las que iba pintando el cielo de nuestro Valsequillo. Un silencio que sólo se rompía con los gestos de exclamación y los aplausos de todos los que admirábamos su arte, cuando creíamos que ya no era posible el más difícil todavía, como si de una actuación circense se tratase.
Los fuegos y el arte de Ramoncito conseguían iluminar el fondo del barranco (que lleva el nombre de nuestro patrón) y todo nuestro cielo. Con las últimas explosiones, Ramoncito te hacía sentir que podías tocar aquellas figuras con tus manos. En una coreografía perfecta, parecía que el cielo se te venía encima, ante la atónita mirada de todos nosotros.
Pero Ramoncito también fue un innovador, un vanguardista de su tiempo y de su disciplina, y también de su tierra. Por eso siempre se guardaba sus creaciones para lucirlas y hacer su puesta de largo en su Valsequillo. En la Fiesta de San Miguel. Una de esas innovaciones, que todavía hoy seguimos esperando en cada espectáculo son sus palmeras doradas, sello de identidad de nuestro artista.
Quiero pensar que Ramoncito, a través de su arte en el cielo, consigue unir a todos los valsequilleros. A los que disfrutamos del espectáculo en nuestras calles, plazas o azoteas y a quienes ya no están con nosotros, pero que esa noche (estoy convencido) se asoman al balcón del cielo para no perderse este regalo de luz, formas y color.
Recuerdo que muchas veces, mis amigos de Las Palmas se sorprendían cuando les decía, con total seguridad, y hasta con ciertos aires de prepotencia, que los mejores fuegos artificiales eran los de Valsequillo. La respuesta, ante aquella afirmación, solía ser siempre la misma: ¡No hombre, como los de San Lorenzo ningunos! Ante lo que yo solía replicar: efectivamente, puede que los de San Lorenzo hayan estado alguna vez a la altura de los de Valsequillo. Cuando los tira Ramoncito.
Pero Ramoncito no sólo es grande por su arte. Lo es más aún como persona. Siempre afable, siempre sonriente, siempre solidario, no es de extrañar que cuando te saluda, se saque del bolsillo un caramelo y te lo ofrezca para endulzarte el día.
Ramoncito es ese vecino cercano que se preocupa y desvive de corazón por los demás. Por eso me impresionó saber que durante muchos años, mientras las fuerzas le acompañaron, dedicó un día a la semana a ir al hospital a ver a sus vecinos y vecinas. Un gesto que le honra y describe su grandeza como persona.
Estos son sólo algunos de los numerosos méritos que hacen de Ramón Martel Dávila “Ramoncito”, un hombre pequeño de estatura, pero enorme en su arte y su corazón.
Mi reconocimiento, agradecimiento y admiración por tanto y tan bueno.
Felicidades por esta más que merecida Almendra de Plata 2017.